Al final del amor hay otro amor.
Es a penas de lodo,
como un jarrón o una vasija

Luis Vicente de Aguinaga

A veces los días me saben a yerba mate
a los inviernos azotando sobre mi rostro,
a la casa con suelo de madera que dejamos para abrir posibilidades
renunciando a todo pasado para “hacer vida”,
como le suele llamar la gente
al acto de relacionarse con los otros
mediante actividades cotidianas

nunca tuvimos más tardes en el verano de Oaxaca
en su lugar vivimos tres crisoles de renuncias
una o dos verdades incómodas al final del día,
mientras las mañanas se extendían con música de Salvapantallas
en la pequeña cocina en donde preparabas panqueques con café,
–porque decirle de otra manera te parecía demasiado gringo–

Me gustaba compartir la inercia de nuestro tiempo
hurgar los recuerdos para salvar las distancias
acorralar la incertidumbre en la costumbre,
reírnos del doblaje latinoamericano de las series animadas
al recostarnos en la cama,
con la intención de sostenernos después del orgasmo
a sabiendas de nuestra geografía escindida
y tus silencios constantes de lo que nunca hablaste

Hoy me pregunto cómo serán tus mañanas,
si todavía trabajas en la empresa de Marketing Digital,
si todavía permites que el mundo se quiebre sobre el teclado
y videoconferencias
si acompañas tus labios con sorbos de mate y medias lunas de la Vene
       o si aprendiste a caminar sobre tus precipicios y alrededores
con alguna vela o linterna,

sosteniendo tus inseguridades en la quietud de tu mirada

a veces traigo todo esto sobre las palmas,
me rasco cada recuerdo para no abrir más resonancias
pero nada impide que broten más verdades:

mi cuerpo arenoso en la playa de Chachalacas,
nuestras sombras meciéndose sobre la hamaca,
tu acento mexicano deplorable,
una señora vendiéndonos cocos a la media noche
 mientras veíamos

Y tu mamá también

*******

qué bien se siente abrir un paisaje ahora
cuando observo tu contacto de Whatsapp sin premura o anticipo
los emojis de flores aún permanecen a un costado de tu nombre
remitiendo a un pasado en donde te pareces poco
a un jardín que se esfuerza por seguir vivo,
creciendo al calce de ciertos números, en medio de un chat deshabitado de figuras o sonidos,
en donde alguna vez albergamos todas las vulnerabilidades

esta tarde mi vuelo se ha demorado,
me siento sobre la esquina de las obviedades,
observo que la maleta todavía guarda tu incertidumbre
qué contrapeso es la realidad, me digo:
                                                                    siempre me estoy yendo

y recuerdo tu complejo de hip dips que
recitabas frente a la cabecera y el espejo,
como esas cosas que uno vuelve a traer
para proyectar algo que nunca termina por llegar

es verdad,
los días saben a yerba mate
pero en esta casa
–al menos–
                            ya nadie sorbe el ultimo trago

Imagen tomada de Pinterest

David Pineda (Michoacán, México, 1996). Poeta. Licenciado en Humanidades con Orientación en Letras y candidato a maestro en Estudios de Literatura Mexicana por la Universidad de Guadalajara. Ha publicado crónica, poesía y cuento. Su crónica “Los estrechos caminos” obtuvo el segundo premio del Concurso Número 50 de la revista Punto de Partida de la UNAM. Obtuvo Mención Honorífica en el Concurso XI de la Revista Luvina, de la UdeG, en la categoría de Poesía por el poema “Dedos de luna”. Sus intereses son la memoria, las violencias, y los desplazamientos migratorios. Ha publicado en Punto de Partida y Punto en Línea (UNAM), Luvina y Carruaje de Pájaros.      

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Escrito por:paginasalmon

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